Comentario
Cuando la historia que se persigue no es local, limitada a un territorio concreto, sino referente a un pueblo de gestación lenta, compleja, y de muy problemáticos avatares ulteriores, móvil de propio impulso o por inevitables circunstancias, el marco geográfico como escenario histórico pierde definición y fijeza, por el sencillo hecho de que, en un caso así, el objeto considerado se ha movido por pluralidad de lugares, en ocasiones distantes, o ha estado apegado cuando menos a una zona en menor o mayor grado cambiante. Tal es el caso, y además muy extremado, del pueblo de Israel, incluso considerado en la sola Antigüedad. Sería inadmisible, consecuentemente, la simple referencia a la geografía palestinense. Es bien cierto que Palestina constituye el solar principal del pueblo hebreo, pero ni siquiera en época bíblica lo tuvieron por exclusivo.
Se remontan los orígenes de este pueblo a las gentes semíticas occidentales documentadas en el Creciente Fértil desde el tercer milenio a.C. y más especialmente a los grupos seminómadas que en el segundo milenio se movieron por la región palestina, con ramificaciones circunstanciales hacia Mesopotamia y Egipto. Clanes semitas, precisamente emigrados de este último lugar, junto con otros asentados en Palestina o en proceso de sedentarización acabaron por constituir el Israel histórico de las doce tribus y las diferentes unidades políticas en que cristalizarían los ensayos de afianzamiento. Pero la amenaza de los temibles imperios mesopotámicos acabó por provocar suplantación y dispersión en el reino hebreo del Norte y el fin, con deportación y cautividad, del reino del Sur, lo que supuso no poca disrupción geográfica.
El largo exilio de los de Judá en Babilonia es el más llamativo episodio consecuente, sin duda por la denodada defensa que los deportados hicieron de su identidad. Hubo grupos dispersos que la perdieron o que la conservaron mermada durante cierto tiempo, cual es el caso de los judíos de Elefantina, en Egipto. La época persa ha supuesto de nuevo la articulación de la vida israelita en Palestina, pero el centrifuguismo es ya un hecho, que se incrementa además por razones varias durante los períodos helenístico y romano, sembrando de comunidades las diferentes regiones próximo-orientales y la mayor parte del entorno mediterráneo después.
Llamamos Creciente Fértil a una amplia faja curvilínea -remotamente sugeridora de una media luna- que tiene sus extremos en Mesopotamia por oriente y en Egipto por occidente; fértil, porque consiste en lo menos desértico del Asia Anterior y, como consecuencia, en la cuna de las primitivas sociedades sedentarias agrícolas y después de los más importantes logros políticos y culturales del Próximo Oriente. Al medio quedan Siria y Palestina.
Hacen posible este peculiar corredor varias corrientes fluviales, algunos valles y llanuras acogedoras y una serie de caminos naturales no ajenos a los otros accidentes señalados. Siguiendo ordenadamente esta curva zona en uno de sus sentidos, partimos de los ríos Tigris y Eufrates; recorremos esta segunda corriente arriba hasta Siria; pasamos a la cuenca del Orontes, que curso arriba, en dirección sur, nos lleva hasta el valle de la Beqaa, entre el Líbano y el Anti-Líbano, acercándonos a la cuenca del Litani, y entramos en la Palestina septentrional. Aquí corre el Jordán por una parte y se extienden, por otra, de norte a sur las llanuras de Galilea, el valle de Jezrael en especial, la llanura de Sharón y sus prolongaciones hacia Gaza y el Sinaí mediterráneo, que nos acercan a Egipto, al delta del Nilo y demás regiones situadas aguas arriba de este río. Son los dichos los más destacados atractivos geográficos y por aquí pasaba el principal camino natural del Próximo Oriente, sin que quepa descartar otras ramificaciones menores, aptas para discurrir de ejércitos y caravanas.
Algo más sería de añadir respecto a Palestina. Distinguiremos de norte a sur en Cisjordania las regiones de Galilea, Samaria, Judea, Idumea y el desierto del Neguev, y en la Transjordania las de Basán, Galaad, Ammón Moab y Edóm. En otra consideración distinta, cabe observar un cuádruple paralelismo zonal de oeste a este: la ya mencionada franja costera, tendente a llana; la espina dorsal montañosa del interior, sobre todo al mediodía de Jezrael, en Samaria y Judea; el valle y depresión del Jordán y del Mar Muerto, prolongado al sur por la Araba, y por último las alturas transjordanas. El clima es vario según lugares. Cálida la costa, más fresca la zona montañosa, desértica y extremada en verano, la depresión. En lo que hace a lluvias, son más las precipitaciones de la zona costera que las del interior; y ya aquí, contrasta notablemente la región montañosa, de suficiente humedad estacional, con sus prolongaciones hacia los desiertos de Judea y del Neguev, mucho más secos. Toda la parte transjordana es de superior dureza en lo climático que las correspondientes regiones cisjordanas de idéntica latitud.
La flora de producto comestible se reducía principalmente a los cereales, las leguminosas, la vid, el olivo y, árbol muy típico, la higuera; era menor la significación de los frutales tropicales y de huerta. La población arbórea restante consistía sobre todo en pináceas, encinas, palmeras y sicomoros, distribuidos muy diferentemente de zona a zona. La fauna adecuada a este marco era la mediterránea y del predesierto, y entre ella destacaba todo tipo de caza, la ganadería mayor y menor, y como animal de brega muy especialmente el asno. Abundante pesca de agua dulce en el mar de Genesaret.
En este escenario que acabamos de describir se desenvuelve la vida de los israelitas palestinos de la anfictionía y de los reinos. Un país pequeño relativamente el suyo, teniendo en cuenta que entre Hazor al norte y Beerseba al sur, por traer dos referencias excéntricas, la distancia no llega a los 200 kilómetros y entre Jerusalén y Samaria, las que fueron capitales de las dos monarquías, sólo se pasa en no demasiado los 50 kilómetros, siempre a vuelo de pájaro. Sin embargo, como ya quedó dicho, por movimientos o por relaciones, la historia bíblica conoce una geografía marcadamente mayor y el Israel de la Diáspora, época ya clásica, no tiene más fronteras que las del mundo entonces conocido; y tómese la expresión en el sentido usual mediterráneo-céntrico.